lunes, 23 de julio de 2007

"I Don’t Want to Sleep Alone": El nacimiento del tiempo

I Don’t Want to Sleep Alone (Tsai Ming-liang, 2006) se abre con un plano fijo de un hombre enfermo en su cama. Junto a la cama, en una mesilla, hay un viejo aparato de radio, a través del que se oye música de Mozart (la película forma parte de un proyecto colectivo para celebrar el 250º cumpleaños del músico austriaco). La luz entra por una ventana a través de una cortina blanca movida por la brisa: los suaves movimientos de la cortina hacen que la iluminación de la escena cambie sutilmente. La música, el suave movimiento de la cortina, los pequeños cambios de luz; eso es todo lo que sucede en un plano larguísimo, que representa muy bien el estilo de la película.



El argumento es el siguiente: Un hombre de rasgos chinos, posiblemente un vagabundo, recibe una paliza que lo deja medio muerto en las calles de Kuala Lumpur. Es recogido por un grupo de obreros bangladesíes que viven en un enorme edificio inacabado, probablemente el edificio que ellos mismos estaban construyendo, en cuyo centro hay un extraño estanque, producto quizá de una inundación. Uno de ellos se dedica a cuidar del maltrecho vagabundo: lo acoge en su cama, le alimenta, le lava la ropa y el cuerpo o le ayuda a orinar en una serie de escenas cargadas de una tensión sexual que nunca llega a hacerse explícita. Mientras tanto, se nos muestra en paralelo como dos mujeres, madre e hija, cuidan al hombre de la primera escena, el hijo de una y hermano de la otra, que está completamente mudo y paralizado, pero mantiene los ojos abiertos.

Cuando el vagabundo se recupera y es capaz de moverse, se dedica a observar a las dos mujeres, tiene un encuentro sexual en un sórdido callejón con la madre y corteja a la chica. Una espesa nube de humo cubre la ciudad; todo el mundo se ve obligado a llevar máscaras para respirar, los más pobres simples bolsas de plástico. El vagabundo y la chica intentan hacer el amor, pero se ahogan en toses cuando intentan besarse. Tras ello, el obrero bangladesí intenta cortar el cuello con una lata al vagabundo mientras duerme. El vagabundo le descubre, el obrero llora y el vagabundo le seca las lágrimas.


Como elemento recurrente, el colchón en el que duermen los protagonistas, casi un personaje más. Sus desplazamientos son constantes: los obreros recogen al vagabundo cuando están llevando el colchón a su casa, el vagabundo y la chica se llevan el colchón a otro lugar para hacer el amor, etc. El colchón es quizá el único hogar de los personajes, el único espacio que les pertenece. De hecho, está cubierto por una mosquitera durante buena parte del metraje, aislándolo del resto.


El vagabundo y el enfermo están interpretados por el mismo actor (Shiang-chyi Chen, el protagonista de todas las películas de Tsai Ming-liang). Pudiera ser que la historia del vagabundo fuera una ensoñación del enfermo, o quizá al revés… En todo caso, ambos personajes pueden considerarse como “opuestos exactos”: el vagabundo carece virtualmente de pasado (no sabemos absolutamente nada de él, ni siquiera su nacionalidad), pero tiene ante sí un futuro cuyo comienzo es precisamente lo que cuenta la película. El enfermo posee un pasado pero, inmovilizado y privado de la capacidad de comunicarse, carece de futuro.



Durante aproximadamente su primer tercio, la película nos es casi completamente ajena, no "entramos en ella". Cada escena parece estar cerrada completamente en sí misma, sin relación con las que la preceden ni las que la siguen: en cada una sucede algo aparentemente banal, no hay conflicto y los personajes ni siquiera "actuan". Esta aparente falta de cohesión entre las diferentes escenas refleja tanto el aislamiento como el vacio de los personajes. Si no hay historia es porque los personajes no la tienen, y estos no tienen historia precisamente porque están aislados: su soledad les encierra en un presente inmóvil, hecho de pequeñas acciones cotidianas.


En ese estado, los personajes apenas merecen tal nombre; son poco más que cáscaras vacías, meros autómatas que quizá sueñen con historias que no les pertenecen, que sólo existen en las canciones que oyen. Pero, ¿cómo podrían tener una personalidad sin una historia?

Esos "vacios" en el pasado y el futuro se encuentran en el escenario mismo: el inmenso edificio inacabado en que viven los personajes y que es exactamente lo contrario que una ruina. Las ruinas son los restos de algo que fue, testimonios de un proyecto cumplido, que llegó a ser y que ya no es; como tales son un pasado completo, por así decirlo, un pasado que a pesar de no ser ya, se puede reclamar como propio (de hecho, todos los pueblos están orgullosos de sus ruinas). Un edificio sin terminar, como los que abundan en Tailandia o Malasia (fruto del boom económico del sudeste asiático en la década de los noventa, dramáticamente interrumpido con la crisis financiera de 1997, de la que la región aún no se había recuperado en la época que la inmensa nube de humo que aparece a mitad del metraje de la película sitúa el argumento), es algo mucho más inquietante: el testigo de un proyecto frustrado, de algo que no llego a ser, de un pasado abortado que nadie quiere apropiarse pero del que tampoco puede nadie desprenderse, pues no se ha superado. Un pasado incompleto que sigue siendo presente: el tiempo se ha estancado, como el agua que ocupa el centro del gran edificio.

Cuando el vagabundo se recupera y se relaciona con el resto de los personajes, cuando deja de ser un mero cuerpo pasivo que se limita a recibir los cuidados de su benefactor, empieza la historia, y con ella él adquiere rasgos propios e individuales, su personalidad. La película cambia entonces totalmente sin variar su estilo en lo más mínimo: las escenas adquieren progresivamente una cohesión de la que antes carecían y todo confluye, todo adquiere sentido, incluida la aparente falta de cohesión inicial, en el plano final.

Los planos de I Don’t Want to Sleep Alone pueden parecer "demasiado largos", la duración de gran parte de ellos excede con creces su función narrativa. La razón de esto es, un poco como en Tarkovski, hacernos experimentar ese inasible absoluto que es el tiempo. Al principio de la película, cuando el argumento es apenas un esbozo, nos encontramos inmersos en lo que podriamos llamar mero tiempo objetivo: sólo sentimos el presente, el aplastante peso de la nada llamado aburrimiento. A medida que nos acercamos al final, a medida que nace y se desarrolla una historia, la longitud del tiempo tiene otro carácter y otro efecto: crear expectativas e incluso cierto suspense en algún momento. Ya hay un pasado y por tanto esperamos un futuro, es entonces cuando "entramos en la película". Eso sólo sucede cuando los personajes actúan realmente; es decir, cuando actúan con otros, por otros y para otros.


Actuar consiste en perseguir un fin que se encuentra más allá de lo inmediatamente dado, actuar supone tanto proyectarse hacia el futuro como adquirir un pasado. De este modo, gracias a la acción nos “extendemos” más allá del presente. Pero esa proyección necesita de otros seres humanos, pues una acción sólo puede tener lugar en un mundo compartido con otros seres que la reciban y que estén a su vez “extendidos” más allá de su presente. Gracias a esta doble dimensión de la acción, entramos en un tiempo nuevo, en un tiempo subjetivo en el que tenemos una biografía y con ella, una identidad personal. La paradoja del tiempo subjetivo consiste en que es un tiempo abierto que, siendo nuestro, sólo nos pertenece en cuanto que es compartido.


El último plano muestra el estanque de agua, nada sucede. Algo comienza a asomar por la parte superior de la pantalla, una forma blanca que flota en el agua. Suena una música extradiegética, la primera y última de toda la película. La forma blanca ocupa el centro del plano: es el colchón en el que duermen abrazados los tres personajes principales. El simbolismo de este plano se opone al hiperrealismo del resto de las escenas: ahora estamos plenamente inmersos en un espacio mental. Si en el plano que abre la película, el decorado lo es todo y el personaje prácticamente nada, casi un objeto inerte entre otros objetos, la ecuación se invierte en el plano final: La realidad objetiva se ha disuelto en la realidad subjetiva, el decorado que antes parecía aplastar a los personajes no es ya más que un reflejo en el agua.


I Don’t Want to Sleep Alone parte, por así decirlo, de la nada y se va "llenando" progresivamente; va tomando forma a medida que lo hacen sus personajes. De esta manera muestra algo que pocas, muy pocas, obras cinematográficas han logrado mostrar: el nacimiento del "tiempo humano", la sustancia misma de la realidad en que vivimos.


TRAILER de la película:


1 comentario:

nico dijo...

Bienvenido al CiberMundo de los Blogs...

Espero que tu estancia en este CiberUniverso sea prospera y prolifica...

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Besos Kosovares

Nico