Ni la película ni su director figuran en Internet Movie Database, y las fichas de ambos en la base de datos del British Film Institute están desoladoramente vacías. La copia que yo vi el pasado sábado en el National Film Theatre de Londres no tenía subtítulos, y ni tan siquiera había dado tiempo a elaborar los electrónicos que son de rigor en estos casos. En lugar de ello, a la puerta de la sala se entregaba a los espectadores unos auriculares con un comentario en audio, realizado con tanta prisa que en ocasiones la locutora se adelantaba a las imágenes y en otras incluso podía oírsele bostezar irreprimiblemente.
La película se rodó en unas condiciones enormemente precarias. El director no contaba con ningún respaldo, ni oficial ni privado, más allá de la colaboración desinteresada de amigos. El equipo estaba compuesto por un grupo inestable que nunca pasó de más de ocho o nueve personas. Según Hussein Torabi, lo único importante durante el rodaje era grabar los momentos según sucedían, sin preocuparse por la forma. Los cineastas rodaban todo lo que podían cuando eran avisados de los diferentes acontecimientos por amigos o a través de las noticias de la BBC, con cámaras prestadas y negativos comprados con el dinero del equipo. Es sorprendente el resultado: Baray-e Azadi no sólo es una interesantísima muestra de propaganda política, es también una excelente película y un documento histórico de un valor inapreciable.
De Baray-e Azadi se puede decir en primer lugar que tiene como protagonista no a un individuo o a varios, sino a un país entero, representado por esas ingentes masas de gente que ocupan la pantalla gran parte del metraje de la película. Impresiona oírlas corear “¡muerte al Shah!” y más tarde “¡Islam, Islam, Jomeini, te seguiremos adónde nos lleves!” como si fueran una sola voz. Una voz aparentemente unánime que parece expresar la “voluntad política” del pueblo iraní, en palabras de Michel Foucault, defensor y entusiasta por un tiempo de la Revolución islámica en Irán, en la que vio “un intento de abrir una dimensión espiritual en política”.
Las primeras imágenes de la película tienen lugar en un cementerio: los familiares lloran a los muertos del "Viernes Negro" del 8 de septiembre de 1978, en que cerca de 90 manifestantes fueron asesinados en Teherán por el ejército del Shah. La desesperación domina estas escenas, en las que una cámara en mano temblorosa recoge el dolor de las familias de los masacrados.
A ellas suceden otras de grafitis en los muros y de hojas pegadas en tableros: el único modo de comunicación entre los opositores son estas hojas de anuncios en que se informa de las últimas noticias o de las siguientes movilizaciones. La revolución se va mostrando como un movimiento en principio sin rostro, del que todos forman parte. Después vienen las manifestaciones, unas veces sólo de hombres y otras sólo de mujeres; en ambas se repite una y otra vez la misma consigna “¡Muerte al Shah!”, casi como un mantra hipnótico. En una pancarta leemos en inglés: “NO COMMUNISM, NO CAPITALISM, ISLAMIC ORGANIZATION”.
MOHAMMAD REZA PAHLAVI, SHAH DE PERSIA
Mientras tanto, las protestas son reprimidas por el ejército, especialmente en la Universidad de Teherán, dónde se reúnen y discuten los grupos de oposición; comunistas, constitucionalistas e islamistas. La represión es filmada en vivo, con manifestantes corriendo y tanques ocupando las calles. También se muestran sus terribles consecuencias: en una larga escena con una clara intención revulsiva, se muestra un depósito de cadáveres con decenas de cuerpos sin vida enterrados en hielo. En uno de los pocos momentos en los que suena música en la banda sonora, no se nos ahorra ningún horror: la cámara se detiene en los rostros quemados y desfigurados. La secuencia termina con un plano en el que un hombre muestra a la cámara el cadáver de un niño.
A continuación vemos una entrevista con el primer ministro Shapour Bakhtiar (que es presentado de una manera muy parecida a Kérensky en Octubre, de Eisenstein). Bakhtiar mueve las manos nerviosamente mientras defiende la acción del ejército: “sólo han matado a 19 personas que realmente eran peligrosas, al resto sólo le sangra la nariz”, “los miembros del ejército tienen que defenderse si están rodeados de gente dispuesta a atacarle”… En cierto momento, sus palabras recuerdan curiosamente a Kant: “Cuando todo el mundo dice lo que piensa tenemos democracia, cuando todos hacen lo que quieren, tenemos anarquía”; ¿no resuenan aquí la famosa frase del filósofo alemán “piensa lo que quieras, pero obedece”? En todo caso, el efecto de montaje conseguido con esta entrevista, en contraste con las imágenes anteriores, es devastador.
EL AYATOLA JOMEINI LLEGA AL AEROPUERTO DE TEHERÁN.
Más adelante, el Ayatola Jomeini vuelve a Irán desde su exilio parisino. Las masas lo reciben enfervorecidas. Jomeini habla desde una ventana en una inmensa explanada, una masa de gente lo escucha. En ese mismo plano vemos como clérigo le besa la mano, de una manera muy parecida a como los ministros y generales besaron la mano al Shah. El gesto del ayatolá es muy parecido al del monarca; tampoco levanta levanta la mano, por lo que también obliga al otro a inclinarse ante él.
Jomeini presenta en una rueda de prensa su proyecto para Irán y al nuevo primer ministro interino, Mehdi Bazargan. Este ingeniero es retratado como el hombre ilustrado y metódico que mejor sabrá diseñar el nuevo Irán; también como un “modesto estudioso del Corán” que llevará al país a la modernidad siguiendo el camino del Islam. Bazargan aún no ha dimitido ni ha sido de lado por el Gobierno de los ayatolas. Hay que decir aquí que según Hussein Torabi, Baray-e Azadi nunca antes había sido mostrada con su metraje íntegro, ¿se cuentan estas escenas en las que se alaba a Bazargan entre las que han sufrido la poda de la censura?
La película también muestra el inicio de la “crisis de los rehenes”, en la que estudiantes partidarios del nuevo Gobierno retuvieron durante 444 días como tales a 66 ciudadanos norteamericanos en la embajada de Estados Unidos en Teherán. En realidad, al incidente de los rehenes no se le dedica mucho tiempo; simplemente, uno de los asaltantes cuenta a la cámara cómo él y otros hombres entraron a la embajada por la cocina.
La crisis de los rehenes tiene lugar tras unas escenas en las que se muestra como en cierto momento de la revolución hay muchas armas fuera de control; en manos de gente que no sabe usarlas y que a veces dispara contra la gente de su propio bando. En una escena, un oficial del ejército incluso sermonea a un grupo de “milicianos” y a la cámara sobre el buen uso de las armas. Tras esas escenas, el asalto a la embajada norteamericana, parece un hecho casi azaroso, fruto de la confusión y excitación del momento.
UNO DE LOS REHENES NORTEAMERICANOS.
Quizá cuando se hizo Baray-e Azadi el asunto todavía no había adquirido las dimensiones que tendría más adelante, la película tiene como año de producción 1979 y la “crisis de los rehenes” empezó el 4 de noviembre de 1979. Uno de los participantes afirmó, en una entrevista concedida a la BBC en 2004 con motivo del 25º aniversario, que en un principio se trataba de un mero acto de protesta en el que no estaba planeado (al menos por él y los otros estudiantes que tomaron parte en el asalto) ni tomar rehenes ni mantenerlos secuestrados durante tanto tiempo.
La escena que viene a continuación le da al incidente otro significado. Al igual que se ha asaltado la embajada norteamericana, se asalta el otro centro de poder, dependiente del anterior: el Palacio de Sadabad, donde residía el Shah de Persia. En ese momento suena una música solemne y se muestran imágenes de la coronación del Shah… marcha atrás: el Rey es desposeído de su corona. El antiguo orden ha muerto, ha llegado el tiempo del nuevo.
A continuación, se muestra en la película el referéndum para establecer una República islámica, que tuvo lugar en marzo de 1979 (Baray-e Azadi no sigue siempre un orden cronológico estricto), como el gran momento de expresión de la “voluntad política” popular. Vemos largas colas de gente para llegar a las urnas en todo el país, todos acuden a votar, incluido el propio Bazargan, se nos dice: musulmanes, cristianos, judíos, mazdeistas… Y todos ellos darán el sí al establecimiento de una República Islámica, en la que las diferentes religiones y grupos étnicos y políticos vivirán en paz y armonía.
Hay una secuencia muy interesante con una encuesta en que se recogen diversas declaraciones: la mayoría dicen apoyar la República Islámica. Una abogada mazdeista se muestra entusiasta con respecto a ella. Un hombre increpa al cámara que ande buscando gente que disienta, argumentando que, incluso si sólo existiera una sola persona que estuviera en contra, no habría que darle voz y que la pregunta misma pone en peligro la unidad del pueblo iraní. Un negro musulmán defiende en árabe el estado islámico, a su lado un clérigo intenta interrumpirle constantemente a pesar de que no le entiende, el africano continúa su discurso, cuando el clérigo comprende que el negro está a favor, asiente con la cabeza… Los únicos que contestan que votarán ‘no’ en el referéndum son un par de turcomanos, alegando “no saber qué pretende realmente el nuevo Gobierno”.
La República Islámica fue aprobada con un 98 por ciento de los votos. Después de la Revolución, los turcomanos se rebelaron contra el Gobierno, pidiendo autonomía, tras lo cual fueron duramente reprimidos por la Guardia de la Revolución Islámica. Aquellos pertenecientes a minorias religiosas que votaron 'sí' a la República islámica, lo hicieron en cierta medida en contra de sí mismos: Irán no se caracteriza precisamente por su libertad religiosa.
La película se cierra, de forma circular, con otra escena en un cementerio. Esta vez no hay familias llorando, sino llevando flores a los muertos; la cámara en mano es sustituida ahora por un elegante travelling lateral. El último plano muestra unas flores sobre una tumba: no sólo se trata de honrar a los mártires también de decir que su lucha no fue en vano, que del horror de las muertes surgió algo hermoso. Baray-e Azadi fue rodada en un tiempo de vertiginosos cambios de una enorme trascendencia histórica. Tiempos también de gran esperanza, que la película refleja con gran fuerza, tal vez porque los hombres que la rodaron y montaron conocían la importancia de lo que estaban filmando y quizá eran partícipes de esa misma esperanza.
3 comentarios:
Magnífica la crónica y el relato histórico que haces, aunque produce bastante decepción saber que no hay forma de ver la película :-( Imagino que las imágenes de archivo deben ser impresionantes. Por lo que cuentas parece seguir un poco la estela narrativa de las grandes epopeyas cinematográficas rusas o de ese cine de propaganda que dominaba magistralmente Riefenstahl, aunque con más medios...
El programa "Documentos" de RNE le dedicó un monográfico muy interesante a la revolución iraní con audios de archivo de la época. Se puede íntegro oír aquí
Tengo que darle las gracias a Moeh por haberme descubierto tus blogs ;-)
Muchas gracias por el enlace con el programa de RNE.
En la entrevista que venía en el programa que daban en el pase al que asistí yo, el director Hussein Torabi decía que no había sido influido por nadie. Pero la verdad es que la película recuerda mucho a "El triunfo de la voluntad" de Riefenstahl, sobre todo por las de masas.
Un abrazo
Interesante lectura, y más en estos días de incertidumbre y arrogancia persa.
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